Esta noche afortunadamente aún hay asientos vacíos en el último micro que sale. Sentada al lado de la ventanilla, espero que el conductor decida si su instrumento de trabajo está lo suficientemente cargado como para partir.
Me aíslo y trato de restar importancia a los inconvenientes típicos de un vehiculo de servicio publico: el asiento incomodo, las miradas escrutadoras del chofer a través del retrovisor, el llanto de algún bebe por no estar dormido a estas horas, el monótono ritmo de la música tropical, en fin.
El golpe con su maletín en el brazo me saca del encierro, él se disculpa y con una sonrisa cordial deja caer su cuerpo sobre el asiento del lado. Un incidente que se repite en escenarios como este; si no es una señora voluminosa, es el bastón de algún anciano, o los vendedores que también son imprudentes.
Preferiría que todos los micros cuenten con asientos personales, de esta forma la gente podría aprovechar de hablar consigo misma, y no verse en la implícita obligación de actuar como un animal social.
Mi compañero de viaje, levanta su maletín y lo posa en sus piernas, abre el cierre y extrae un libro. Qué gran casualidad, yo terminé de leer el mismo libro hace como dos semanas.
De no haber sido por el hecho de que éste individuo coincide con mis preferencias en cuanto a la lectura, nunca me habría percatado de sus atractivos rasgos: tiene el pelo lacio, negro y bien cuidado, la nariz fina, grandes pestañas...
-Hola... mmmm... Disculpa... disculpa que interrumpa tu lectura, es que yo también leí ese libro y quería comentarte que es muy bueno.
-Hola... eh.... no importa, de todas maneras, aquí la luz no me ayuda con las letras pequeñas. Bueno, voy por la mitad del libro y hasta ahora me tiene atrapado, es por eso que aprovecho cualquier oportunidad para continuar leyéndolo, incluso en el micro.
-¿Y dónde lo conseguiste?, es un libro difícil de encontrar.
-Me lo prestó un amigo... y ¿cómo te llamas?
-Cecilia, ¿tu?
- Yo soy Rodrigo. Dime, ¿qué haces?
-Estudio derecho, me falta poco para acabar la carrera. A parte de eso, me gusta leer, escribir... en realidad eso trato.
-Ah, qué bueno. Cada vez menos personas se dedican a las letras.
Yo trabajo en un museo, soy antropólogo y en mis ratos libres, me dedico a leer. Me hubiera encantado dedicarme también a escribir; pero hay escritores tan buenos que no creo que exista cabida para un aficionado como yo.
-No se, creo que todo depende de la pasión que uno siente por lo que hace.
-Sí, puede ser, y ¿qué es lo que escribes?
-Empecé escribiendo poemas, después me animé a escribir cuentos. Tengo varios escritos que pienso publicar algún día.
-Qué interesante, me gustaría poder conocer tu trabajo, claro, si es que me lo permites.
-Cómo no, me gustaría mucho. Además estoy buscando críticas que me ayuden a mejorar.
-¡Perfecto! Entonces, dame tu número, yo te llamo. Podríamos ir a tomar un café y así revisamos tus textos.
-¡Claro!, toma éste es mi número, estoy en mi casa a partir de las diez y media...
¡Esquina por favor!...
Ahora estoy sola, el asiento del lado está vacío. Perdí el tiempo delineando una conversación imaginaria e inconclusa. Dejé que él se fuera sin haberle dirigido una sola palabra.
0 comentarios:
Publicar un comentario