GERARDO

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Sabiendo que los clientes llegarán pasado el medio día, Doña Lorenza abre el negocio a las diez de la mañana. Baldea el piso de ladrillos, que por el paso del tiempo han perdido su color naranja debido a las repetitivas “ch’allas para la Pachamama”, sin contar las veces que la mano incontrolable de algún borracho suelta la “tutuma” que ya no puede sostener, salpicando por doquier toda la chicha.

Doña Lorenza pone en orden las mesas y sillas, que pintadas de verde esperan resistir la juerga. Se dirige al cuarto oscuro de paredes de adobe. Hace una inspección para asegurarse que los cántaros estén bastante llenos para atender los requerimientos del viernes por la tarde.

Segura de que todo está dispuesto y en orden, la señora toma posesión de su trono y se dispone a esperar a la gente.

Como de costumbre, Don Mariano llega a las doce y cuarto, hora en que la radio transmite los avisos necrológicos que él no puede dejar de escuchar. Debe estar al tanto de los nuevos finados ya que ningún velorio podría estar completo sin su presencia. Existe otro factor importante que mueve a Don Mariano a llegar puntual al trabajo y es la cazuela de maní que Doña Lorenza siempre le hace esperar.

Don Mariano toca el órgano en las misas que se celebran en la Catedral. Los fines de semana trabaja para Doña Lorenza interpretando el armonio. Del primer oficio recibe como paga tranquilidad espiritual; del segundo, el derecho a tomar toda la chicha que su hígado pueda resistir, siempre y cuando la borrachera no sea un impedimento para que el armonio siga sonando. Sin olvidar, claro está, la deliciosa cazuela de medio día y los avisos necrológicos. Cualquier persona pensaría que este es un típico caso de explotación laboral, sin embargo, Doña Lorenza y Don Mariano se consideran un matrimonio feliz, feliz y sin hijos.

Durante la sobremesa los dos se ponen al tanto de los chismes de parroquia, y escándalos suscitados durante la última farra.

Poco a poco van llegando estudiantes universitarios que aprovechan el último día hábil para inaugurar los festejos de fin de semana. Qué mejor que dar inicio a los días de algarabía con buenas tutumas acompañadas de un campeonato de sapo. Son los más puntuales, los primeros en consumir y los primeros en abandonar malheridos y zigzagueantes el campo de batalla.

Parejas de compadres y comadres, acuden al lugar con el afán de abrir un paréntesis en la rutina de trabajo, labores del hogar y familia. Bailar y beber siempre sirven para olvidar.

También bohemios e intelectuales no pueden faltar a la cita del viernes, el ambiente criollo les ofrece una alternativa distinta para debatir y charlar sobre esos temas que sólo ellos saben.

Doña Lorenza, al ver que la gente está alegre y pide cada vez más chicha, ordena a Don Mariano que empiece a tocar, “Martirios”, la cueca que tanto le gusta. Las parejas no se hacen esperar, saltan de sus bancos y sillas para levantar el polvo con su zapateo. La señora los acompaña con palmas y el movimiento de su pollera.

A media tarde el recinto está en su apogeo, todos cantan y brindan, el patio de tierra y el salón han sido tomados por los bailarines.

Entonces, el viejo portón de madera se abre y deja ver la figura de Gerardo, el “k´ewa” Gerardo, apodo ganado debido a su inclinación sexual. Un gran bohemio, tal vez un poco extravagante para la década del cincuenta, pero sin duda todo un personaje.

Viste un pantalón oscuro de casimir inglés, un par de mocasines negros con taco ancho y cuadrado, cinturón de hebilla gruesa y camisa blanca de solapas anchas, que deja ver parte del pecho. Con pie firme avanza gallardo entre la multitud que se abre a su paso, llega hasta el lugar donde Doña Lorenza está apoltronada y quitándose el sombrero la saluda con una venia al estilo de la realeza. Gira sobre sus talones y se dirige a todos los asistentes, que se han quedado inmóviles: ¿Qué pasa muchachos?, ¡que siga la fiesta!

La invitación está hecha, el desenfreno y la alegría se reanudan.

Si bien las personas que conocen a Gerardo, sienten cierto recelo hacia su persona, también éste goza del respeto de los demás, debido a sus grandes dotes como bailarín y cantante.

Con la tutuma en la izquierda, Gerardo comienza a cantar a voz en cuello “El infierno verde”. Acompañando al armonio que toca Don Mariano, una guitarra sigue la melodía. El festejo tiene ahora un nuevo matiz; más femenino que masculino. Imposible negar que Gerardo lo hace muy bien.

Más tarde después de haber bebido una cantidad considerable de chicha, Gerardo, da un salto y se apodera de una de las mesas. Golpeando con energía los tacos, castiga la tabla con su zapateo. Todos le aplauden y gozan con el espectáculo, mientras él como si fuera un bailarín de flamenco, hace vibrar a su público.

Así pasa el resto de la tarde entre cuecas, bailecitos, mucha chicha y Gerardo.

Con el pasar de la hora, muchos se retiran porque la bebida espirituosa ya no puede ser ingerida y la embriaguez es exagerada; otros, cautos se recogen para evitar el galanteo de Gerardo. Los menos que se quedan, sienten mucho apego a la chichería y a Doña Lorenza, debido a que la señora, después de pasar la jornada bebiendo es invadida por un sentimiento de dadivosidad e invita chicha a los sobrevivientes para dar fin con lo último que queda en los cántaros. Bien vale la pena lidiar con el cortejo de Gerardo para poder acceder a tan apetitosa invitación. Está demás decir que de estos valientes, por lo menos uno resulta desaparecido en acción, porque el incauto es sustraído, secuestrado y llevado a los lujuriosos dominios de Gerardo.

Las celebraciones que se llevan a cabo en la chichería de Doña Lorenza, no difieren mucho una de la otra, las personas que se dan cita a la tarde de bohemia, con frecuencia son las mismas y por ende las aventuras y deslices de Gerardo son infaltables a la hora de los chismes. Siempre hay algo que comentar acerca de su vida. La gente dice que prefiere a los morenos fornidos y él lo afirma. En los días hábiles se lo puede ver transitando por las calles, con su delicado andar, la ropa elegante y la ilusión de conseguir algún nuevo amigo. Sin embargo, con frecuencia se conforma coqueteando a sus conocidos, claro que los fines de semana le va mucho mejor.

De repente desaparece, nadie da señas de él, ya no anda por las calles, en la chichería de Doña Lorenza se lo extraña. En los ambientes que frecuenta, todos se preguntan qué habrá sido de él, su paradero es incierto, ninguna persona puede asegurar si viajó o está muerto.

Transcurridos dos meses, un viernes, Don Mariano llega a la chichería, y como ya era habitual, Doña Lorenza le pregunta si sabe alguna noticia de Gerardo. Don Mariano asiente y le dice que un amigo después de misa le contó que el gobierno había ordenado a las fuerzas armadas arrestar a todas las personas de las que esté en duda su hombría, arguyendo que el estado Boliviano está formado por hombres y mujeres, no por maricas. Así, uno a uno los fueron apresando. Gerardo no pudo salvarse, sólo los prudentes que ocultaban sus tendencias sexuales.

Doña Lorenza, admirada por la noticia pregunta: ¿qué pasó entonces, dónde los tienen detenidos?

Don Mariano, resignado contesta que la orden decía que estos individuos debían ser castigados y eliminados, es así como los llevaron amarrados, con los ojos vendados en un avión de carga. Ataron una gran piedra a sus pies y los lanzaron uno a uno al fondo del lago Titicaca.

No estoy seguro de creer esta historia, pero al gran bohemio y bailarín, el “k´ewa" Gerardo, no se lo volvió a ver más.

EL LADO OSCURO DE LA BLANCURA

12:24 4 Comments


...Y uno quiere decir algo, comentar un libro, hablar de cine o algún aspecto de nuestra sociedad y su día a día. Tal vez escribir un cuento, sin embargo, la página en blanco te abofetea en la cara una y otra vez, se empecina y te encandila con su brillo, puro y blanco.

No hay obligación, no es un trabajo. Tal vez no deberías estar obstinadamente sentado en el rincón más oscuro del escritorio, con frío, rodeado de humo añejo, sentado hace más de una hora contemplando el monitor. Mientras, afuera es domingo, hace sol, los pájaros cantan y el aire es puro. Sí, lo más fácil sería mandar todo al diablo, apagar la computadora y salir. No hacer nada, no decir nada, no escribir... Pero ¿cómo atrapar y amarrar a ese gusano impertinente que atraviesa como un loco de un lado a otro tu cabeza? Sabes que seguirá molestando hasta que regreses, enciendas nuevamente la computadora y te enfrentes una vez más con la blancura de la hoja y asumas el teclado como único armamento en una batalla contra el vacío, tu propio vacío.

Parece que sigues en el medio, en medio de la nada, no escapaste ni tampoco te quedaste por completo, el brillo de la pantalla parece cada vez más intenso.

En la cabeza persiste el movimiento del gusano que parece convertirse en crisálida con el primer párrafo que se dibuja en el encabezamiento, quién sabe, probablemente al poner el punto final, llegue a ser una mariposa.

Hay una especie de alivio en el ambiente, el humo que te envolvía se disipa, deja pasar una luz breve. Diste el primer paso, sin embargo, desandas el camino para leer lo que escribiste. Humo y oscuridad de nuevo; no te gusta el texto, no es una buena entrada, no te llevará a ninguna parte, lo borras.

Después de haber permanecido por mucho tiempo frente al monitor, te das cuenta de que ya no se trata solamente de una página en blanco, no. De a poco y por efectos inexplicables la pantalla se va convirtiendo en un espejo. Es el momento critico, el punto de inflexión entre el silencio y el desbordamiento de ideas y pensamientos. La balanza puede inclinarse a cualquiera de los dos lados: Escribir sin parar: las palabras son más rápidas que los dedos en el teclado; todo está armado en tu cabeza y simplemente debes trascribirlo antes de que pierda su efervescencia. En el caso de que pierdas el rumbo, te darás cuenta de que paulatinamente tu reflejo se va desvaneciendo para dar paso a la imagen del monitor que deja de ser espejo. La blancura regresa y realmente estás perdido.


Se que esto de la imposibilidad de escribir, no es nuevo, muchos de los que están en el oficio artesanal de entretejer palabras lo saben bien. Es realmente duro y frustrante no poder soltar en párrafos o versos todo lo que uno quisiera decir.

Cada uno experimenta y enfrenta de forma distinta a la pantalla o la hoja en blanco. Sin embargo, creo que en todos hay algo en común y es la necesidad de expresión. De todas maneras, pienso que es importante intentarlo, hacer de la escritura un ejercicio, una ceremonia intima de liberación.