Día 30

10:05




Es 30 otra vez. Hoy cayó domingo y por eso Huguito está en casa. Fidel, su padre, volvió en la mañana, medio borracho y a pesar de ser 30 se fue directo a la cama sin decir nada.
Huguito es el más preocupado, no entiende por qué su padre no alistó la encomienda. Se acerca el medio día. Sabe que a esta hora ya salía a la puerta y se sentaba a esperar.
Cada 30 se repetía la misma imagen: su viejo fumando sin descanso con la mirada perdida en ese trío de costales llenos de coca; más de 4.000 bolivianos regalados cada mes, sólo para que lo dejen vivir tranquilo.
Estoy cansado, le decía al pequeño alguna vez que soltaba una palabra demás en medio de la cena. Luego seguía un prolongado silencio que daba pie un suspiro hondo y resignado. Fidel terminaba lo poco que quedaba en el plato y se iba acostar para levantarse temprano e ir a trabajar en su parcela.
Huguito puede ver la piel morena de su padre a través de los huecos de su camiseta. Observa cómo su espalda se levanta casi imperceptiblemente al compás de su respiración tranquila. Si no fuera por la fecha, Huguito pensaría que Fidel sólo se recupera de una borrachera, que con unas horas de sueño volverá a estar bien. Pero no es así, y por eso trata de olvidar todo mientras se las ingenia improvisando un juguete con unos plásticos viejos.
Entonces Fidel se da la vuelta. Huguito detiene la respiración y por un momento se encuentra con los ojos de su creador. No se dicen nada, pero el pequeño nota algo distinto en esa mirada. Se agacha y sigue jugando.
Fidel, sentado en la cama se toma la cabeza y como si fuera autista balancea su cuerpo adelante y atrás. Se levanta, recoge un vaso del piso y lo llena con agua del turril. Bebe, bebe todo lo que puede una y otra vez hasta que termina vaciándose el contenido del último vaso en la cabeza. Vuelve a la cama y se sienta de nuevo.

- Huguito, vete a jugar afuera, necesito pensar.

El pequeño sale en silencio y cierra la puerta tras de sí. Afuera el sol lo ciega, parece que el techo de su casa resguardara permanentemente a la noche, siempre está oscuro adentro.
Algo lo inquieta; hace mucho calor y las chicharras no dejan de emitir ese molesto ruido. Pero esa no es causa; Aníbal, el milico, ya debe estar por venir. El pequeño quiere entrar; preferiría, como siempre, no estar afuera cuando llegue ese tipo.
Huguito camina lento hacía la puerta y siente el peso de su cuerpo en cada uno de los pies. Todo está oscuro y la rendija es muy pequeña, pero luego se acostumbra. Ahí está Fidel, yace sentado en la cama. Parece que limpia algo con un trapo blanco, pero no puede distinguir de qué se trata. Es largo, presume Huguito al ver cómo el trapo desciende y vuelve a subir. Luego la tela blanca desaparece y apenas puede distinguir la figura de su padre todavía sentado. No comprende qué hace con las manos. Fidel se levanta y ya no hay forma que lo pueda ver.

- Huguito, ¡entra de una vez! Quédate adentro, ya va ser hora...

Huguito vuelve a sentarse en el piso, intenta retomar el juego, pero la curiosidad le provoca escozor en las manos. Con la mirada escruta el cuarto y todo parece igual. Fidel una vez más yace al lado del turril bebiendo agua sin parar. Entonces el pequeño se detiene en los pies de su viejo, hay algo que no cuadra entre ambos; sí alcanza el brillo del borde metálico de una culata. Huguito levanta sus párpados todo lo que puede, mientras siente hielo en el estómago. Quiere decirle algo a su padre, pero no le sale ni una palabra.

- ¡Fidel!, ¡Fidel! ¡dónde estás Fidel! ¡por qué no hay nada aquí carajo!

Como si hubiera estado sentado en un nido de hormigas, Huguito se levanta de inmediato. Abre la puerta con una fuerza que él mismo desconocía. Sí, es Aníbal… mira su uniforme, su palo amenazante, sus ojos bajo ese ceño fruncido… escucha a su padre detrás, quiere gritar pero su garganta seca no emite ningún sonido.

3 comentarios:

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