¡Trago y comida gratis hermano!, no lo vas a creer. Me dijo emocionado el Pocho. Era la primera vez que yo iba ir a un K’anchacu y por lo que me contaba mi amigo, realmente era todo un acontecimiento.
Quedamos en vernos en la plaza a eso de la una. Yo llegué puntual. El Pocho ya estaba ahí, en un banco, ansioso esperándome. Antes de darme la mano o por lo menos decirme un hola, mi compañero me preguntó si había llevado mi cuchara. Le dije que sí, aunque pensé una y mil veces antes de andar por las calles con una cuchara en el bolsillo. Si bien él me adelantó que iba a comer como nunca antes, no creí que fuera necesario llevar cubierto. Pero en fin, para evitar cualquier inconveniente le hice caso.
Pocho al ver mi cuchara, contento me dijo que nos pusiéramos en marcha de una vez, rumbo a un barrio que para mi era totalmente desconocido.
Llegamos a la dirección; un montón de gente se agolpaba en la puerta. Eran muchos los que entraban, y los pocos que salían tambaleándose aferrados de una bolsa, adornaban sus desfiguradas caras una sonrisa de oreja a oreja.
Agarra valor, me aconsejó Pocho. Nos abrimos paso entre la multitud y entramos al zaguán. Antes de entender la situación, una señora nos tomó de los cuellos como a sus hijos y nos invitó una serie de pequeños vasitos con licores de todos los colores; son mistelas me informaba el Pocho, que hacia una serie de muecas antes de tragar el líquido al igual que yo. Pagamos la entrada explicó él.
Nos sentamos entre una de las muchas bancas preparadas para la ocasión y antes de comentar cualquier cosa, un balde de chicha con panala llegó a nuestros pies con una tutuma flotando en medio de la bebida. No había tiempo para charlar, los dueños del K’anchacu no dejaban que el balde se vacíe en ningún momento.
Antes de alcanzar la cima de mi borrachera, alguna mano divina me puso en las faldas un gran plato de Mondongo. Qué delicia, justo en el momento preciso. En ese instante le di la razón a mi camarada por la recomendación de la cuchara. Nosotros dos éramos los únicos que daban fin al plato con cuchara.
Entonces me puse a pensar que realmente era una locura que una familia decida mandarse tremenda comilona con farra incluida para un montón de desconocidos, a nombre de un familiar fallecido hace un año. Seguramente el pobre estará revolcándose en su tumba por el tremendo gasto con motivo de celebrar su triste partida. Le comenté lo que pensaba a Pocho. No te hagas lío hermano, así son estas cosas. Más bien, vámonos a otro K’anchacu, porque en este parece que ya se acabó la chicha, me contestó.
Antes de salir, una señora nos preguntó si no íbamos a rezar en la tumba que había preparado, Pocho le respondió que ya habíamos rezado tres veces. Era mentira. La señora nos miró resentida, mientras Pocho me jalaba del brazo para salir rápido del lugar.
Antes de cruzar la puerta de calle nos regalaron una bolsa llena de biscochuelos, T’anta wawas, rosquetes y otras delicias.
Así fuimos recorriendo los K’anchacus uno tras otro hasta quedar llenos de comida, mistelas y mucha chicha. Al final, borrachísimos decidimos recogernos.
Lo malo vino después. Durante toda la santa noche no pude dormir ni un minuto, tuve una serie de pesadillas horribles y además dolorosos retortijones en el estomago, que me hicieron pensar que estaba a punto de morir en la noche de Todo Santos.
Al día siguiente, destruido, le conté a la abuela que por primera vez había ido a los k’anchacus y que como consecuencia me encontraba en muy mal estado. Ella, antes que nada me preguntó es si es que había rezado para cada tumba. Le respondí que no, que con mi amigo sólo nos dedicamos a comer y beber sin distinción alguna. Esa es la razón por la que estás así, no es la comida ni el trago, me contestó ella. Las almas de todos esos difuntos se enojaron y te castigaron por tu falta de respeto.
Durante dos días más estuve con el estomago adolorido y las constantes pesadillas no me abandonaron. En algún momento de martirio llegué pensar que lo que mi abuela dijo podía ser cierto.
Pasó un año, y para el nuevo Todo Santos, me armé de valor y esta vez fui yo quien llevó a otro amigo a los mentados K’anchacus. Pero en esa oportunidad, lo primero que hice después de entrar a cada casa, fue rezar tres padres nuestros muy respetuosamente en la tumba de cada uno los visitados y después de ello, recién me dispuse a comer y beber con tranquilidad. La última vez, con mi nuevo acompañante, duplicamos el número de K’anchacus visitados y sin embargo, ya en mi casa, con las bolsas llenas de masas y el estomago satisfecho con los Mondongos y la rica Chicha, pude dormir en paz.
Ahora, cada 2 de noviembre alisto mi cuchara y visito las tumbas de los k’anchacus con devoción y pienso que la abuela no se equivocó y realmente tenía razón.
3 comentarios:
Me gusta como escribes nene... ;)
A veces la memoria me engaña y suelo adornar los recuerdos, corregime si me equivoco... pero me parece recordar que antes, se vestia de chola al mas borracho de la fiesta para que salga bailando camino al cementerio para despedir a las almitas... no se que tan cierto sera, tal vez lo soñe, o tal vez me di una explicacion a algo que vi... no lo se... pero me parece que habria sido bonito de ser cierto.
buenisimo primo, me hiciste antojar mondonguito y chicha...feliz cumple! ya se shame pero igual!!! un abrazote!
Saludos, al año procuraré estar en Sucre por ahi y nos encontramos en los Kanchacus.
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