SE ACERCAN Y NO ME PUEDO IR

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Tengo muchas hojas, pero se están cayendo. Soy un roble grande y viejo, estoy antes de que los humanos hayan pisado este suelo. Todavía era joven cuando esas comunidades que están allá, pasando el río, decidieron instalarse en la región, pero entonces a pesar de mi juventud ya era alto y podía ver desde acá lo que hacían y cómo vivían. Ellos nos miraban desde abajo con respeto y recogían los frutos que caían de nuestras ramas.
Pero las cosas dejaron de ser así hace mucho tiempo, porque ahora las casas están vacías; sus habitantes se fueron, familias enteras con sus abuelos e hijos pequeños incluso. Eso fue cuando llegaron las tropas con sus armas, sus escudos y sus gases tóxicos, obligando a la gente a salir de la aldea y escapar para salvar sus vidas. Muchos murieron y sólo sus cadáveres quedaron secándose en la orilla del río.
Desde que los sacaron de este lugar todo empezó a cambiar. Al principio hubo silencio, en realidad eso que se llama silencio acá; es decir sólo se escuchaba al bosque y los sonidos de las criaturas que lo habitan. Pero luego ese silencio se rompió cuando a lo lejos columnas de humo negro comenzaron a levantarse por sobre el verde de las copas de los árboles. Es impresionante pues ese humo negro se fue acercando lentamente, cada día lo podía observar más y más cerca de aquí, tanto que su olor amargo empezó a colarse entre mis hojas. Luego verifiqué con claridad que el humo provenía de un ejército de maquinas amarillas casi tan grandes como yo, operadas por un contingente de humanos vestidos con ropas de color naranja. Imparables, avanzaban abriendo una gran zanja en el bosque, una herida que arrasaba con todo lo verde dejando a su paso una profunda cicatriz de lodo.
Antes todas las tardes terminaban con el paso de los bufeos, los delfines de agua dulce, que volvían de pescar. Luego las chicharras empezaban su concierto para despedir el sol y daban paso a los murciélagos que salían en grandes bandadas para comer frutos nocturnos. Pero desde que las maquinas llegaron al frente, a la orilla del río, y empezaron a tender esa estructura de cemento todos se fueron: los monos y pumas se escaparon al interior del bosque, los insectos no dejaron ni rastro como si se los hubiera tragado la tierra, las aves se fueron tan lejos como sus alas se lo permitieron, hasta las pirañas huyeron contra la corriente; cómo podían seguir viviendo aquí, si el río está manchado de aceite y combustibles.
Pero nosotros seguimos aquí, los que vivimos para quedarnos donde nacimos. Tengo muchas hojas, pero se están cayendo, soy un árbol de los más viejos del Sécure, pero ni mis años, ni la fortaleza de mis raíces podrán detener a estos asesinos del bosque. Cada amanecer dejó de ser una dicha, una oportunidad para dar gracias por el aire que respiramos; ahora es más bien una tortura. Aquí, delante de mí, cada mañana continúa dibujándose un paisaje desolado; arrasaron con toda la vida que florecía en este lugar. Comprendo que una vez que pasen sobre mis huesos, las máquinas no se detendrán, harán lo mismo con mis compañeros que tiemblan con su avance implacable. Si tan solo pudiéramos huir como los animales, los peces, las aves…
Han pasado varios días y casi no me quedan hojas en el cuerpo; se fueron cayendo durante todo este tiempo, las primeras de pena, de miedo, las otras porque mi sangré ya no pudo alcanzarlas para mantenerlas con vida. Y es que si van a matarme por qué no lo hacen rápido, por qué el sadismo de sus motosierras, que lo único que hacen es alargar mi agonía. Por fin, ahora sí tocaron mi corazón, se desangra, sé que voy a caer, voy a caer. Todo está perdido, ojalá terminen pronto… pero no puedo dejar de preguntarme, ¿qué vendrá después?