AHORA QUE EL FUEGO SE APAGA

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(un comentario desde afuera)

Lo que pasó el fin de semana no tiene ningún justificativo desde cualquier punto de vista. La incapacidad política llevó a instalar una Asamblea Constituyente de la manera más improvisada e inaudita posible. No es posible establecer un nuevo pacto nacional entre todos, mientras unos se meten en un cuartel a armar un rompecabezas sin contar con todas las partes. Los constituyentes no pueden hacerse a los sordos, mientras afuera hay gente que está luchando por introducir sus demandas en un nuevo texto constitucional. Al margen de quien, o quienes hayan empezado el debate de capitalidad, el tema es legitimo y ahora forma parte de la conciencia popular, no sólo de los oligarcas ni de las clases acomodadas.

Muchos estuvieron en las la calles, aguantando los gases, que luego se convirtieron en balines y por ultimo en balas y muerte, yo no, yo no estuve ahí; entre los universitarios, los padres de familia, y toda la gente de diversos estratos sociales que tomaron la ciudad. Sin embargo, eso no quiere decir que no me importara nada, eso no quiere decir que podría estar mirando cualquier programa en la televisión mientras tanto afuera se están matando. No busco justificarme ni mucho menos, yo seguía las noticias por la radio, y viendo las imágenes, estaba lejos de todo, muchos dirán desde la seguridad de mi casa, y puede ser verdad, estaba seguro, lejos de todo la conmoción. No obstante, lo que pasaba afuera sí me importaba, porque tendría que ser muy insensible para hacerme al desentendido cuando hay gente que está muriendo afuera. Afuera también estaba gente muy cercana a mí, ¿acaso no me preocupaba por ellos? pueden decir hasta que soy un cobarde por no acompañarlos, y en fin, pueden decirse muchas cosas...

Hoy lunes, cuando las cosas aparentemente se calman y la ciudad intenta curarse de sus heridas, quiero decir que el hecho de no haber participado de manera activa en las calles no implica que uno sea indiferente o insensible. Valoro a las personas que lucharon en las calles, y me compadezco de las familias que perdieron a sus seres queridos injustificablemente, ninguna muerte puede quedar impune. Tampoco creo en una nueva Constitución que no considere las voces de tantas personas que también son bolivianas. Reniego contra la miopía crónica de un gobierno (en el que yo creía antes) atragantado de poder, que dice ser parte de la cultura del dialogo y de la paz, cuando sin embargo, con claras muestras de absolutismo, promueve el enfrentamiento entre los bolivianos y no hace más que acrecentar los sentimientos de intolerancia y racismo entre los diferentes sectores de nuestro país.

Hay muchas preguntas que suenan en mi cabeza, y no encuentro respuestas. Nuestra historia nos demuestra que lamentablemente sólo cuando la gente muere, el gobierno escucha, éste parece no ser el caso.

LA FIESTA DE LAS ALMAS

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¡Trago y comida gratis hermano!, no lo vas a creer. Me dijo emocionado el Pocho. Era la primera vez que yo iba ir a un K’anchacu y por lo que me contaba mi amigo, realmente era todo un acontecimiento.

Quedamos en vernos en la plaza a eso de la una. Yo llegué puntual. El Pocho ya estaba ahí, en un banco, ansioso esperándome. Antes de darme la mano o por lo menos decirme un hola, mi compañero me preguntó si había llevado mi cuchara. Le dije que sí, aunque pensé una y mil veces antes de andar por las calles con una cuchara en el bolsillo. Si bien él me adelantó que iba a comer como nunca antes, no creí que fuera necesario llevar cubierto. Pero en fin, para evitar cualquier inconveniente le hice caso.

Pocho al ver mi cuchara, contento me dijo que nos pusiéramos en marcha de una vez, rumbo a un barrio que para mi era totalmente desconocido.

Llegamos a la dirección; un montón de gente se agolpaba en la puerta. Eran muchos los que entraban, y los pocos que salían tambaleándose aferrados de una bolsa, adornaban sus desfiguradas caras una sonrisa de oreja a oreja.

Agarra valor, me aconsejó Pocho. Nos abrimos paso entre la multitud y entramos al zaguán. Antes de entender la situación, una señora nos tomó de los cuellos como a sus hijos y nos invitó una serie de pequeños vasitos con licores de todos los colores; son mistelas me informaba el Pocho, que hacia una serie de muecas antes de tragar el líquido al igual que yo. Pagamos la entrada explicó él.

Nos sentamos entre una de las muchas bancas preparadas para la ocasión y antes de comentar cualquier cosa, un balde de chicha con panala llegó a nuestros pies con una tutuma flotando en medio de la bebida. No había tiempo para charlar, los dueños del K’anchacu no dejaban que el balde se vacíe en ningún momento.

Antes de alcanzar la cima de mi borrachera, alguna mano divina me puso en las faldas un gran plato de Mondongo. Qué delicia, justo en el momento preciso. En ese instante le di la razón a mi camarada por la recomendación de la cuchara. Nosotros dos éramos los únicos que daban fin al plato con cuchara.

Entonces me puse a pensar que realmente era una locura que una familia decida mandarse tremenda comilona con farra incluida para un montón de desconocidos, a nombre de un familiar fallecido hace un año. Seguramente el pobre estará revolcándose en su tumba por el tremendo gasto con motivo de celebrar su triste partida. Le comenté lo que pensaba a Pocho. No te hagas lío hermano, así son estas cosas. Más bien, vámonos a otro K’anchacu, porque en este parece que ya se acabó la chicha, me contestó.

Antes de salir, una señora nos preguntó si no íbamos a rezar en la tumba que había preparado, Pocho le respondió que ya habíamos rezado tres veces. Era mentira. La señora nos miró resentida, mientras Pocho me jalaba del brazo para salir rápido del lugar.

Antes de cruzar la puerta de calle nos regalaron una bolsa llena de biscochuelos, T’anta wawas, rosquetes y otras delicias.

Así fuimos recorriendo los K’anchacus uno tras otro hasta quedar llenos de comida, mistelas y mucha chicha. Al final, borrachísimos decidimos recogernos.

Lo malo vino después. Durante toda la santa noche no pude dormir ni un minuto, tuve una serie de pesadillas horribles y además dolorosos retortijones en el estomago, que me hicieron pensar que estaba a punto de morir en la noche de Todo Santos.

Al día siguiente, destruido, le conté a la abuela que por primera vez había ido a los k’anchacus y que como consecuencia me encontraba en muy mal estado. Ella, antes que nada me preguntó es si es que había rezado para cada tumba. Le respondí que no, que con mi amigo sólo nos dedicamos a comer y beber sin distinción alguna. Esa es la razón por la que estás así, no es la comida ni el trago, me contestó ella. Las almas de todos esos difuntos se enojaron y te castigaron por tu falta de respeto.

Durante dos días más estuve con el estomago adolorido y las constantes pesadillas no me abandonaron. En algún momento de martirio llegué pensar que lo que mi abuela dijo podía ser cierto.

Pasó un año, y para el nuevo Todo Santos, me armé de valor y esta vez fui yo quien llevó a otro amigo a los mentados K’anchacus. Pero en esa oportunidad, lo primero que hice después de entrar a cada casa, fue rezar tres padres nuestros muy respetuosamente en la tumba de cada uno los visitados y después de ello, recién me dispuse a comer y beber con tranquilidad. La última vez, con mi nuevo acompañante, duplicamos el número de K’anchacus visitados y sin embargo, ya en mi casa, con las bolsas llenas de masas y el estomago satisfecho con los Mondongos y la rica Chicha, pude dormir en paz.

Ahora, cada 2 de noviembre alisto mi cuchara y visito las tumbas de los k’anchacus con devoción y pienso que la abuela no se equivocó y realmente tenía razón.