MEJOR LLAMAR AL ESPECIALISTA

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Cuando llegué esa noche a mi casa, no tenía la menor idea de lo que me esperaba: Abrí la puerta, y mecánicamente oprimí el interruptor de la luz pero el foco no encendía. Intenté un par de veces más y nada. Todo parecía indicar que el foco se había quemado, sin embargo, no me preocupé porque sabía que tenía otro de repuesto.

En la oscuridad fui a buscar una vela, y con su ayuda pude llegar a encender las luces del piso de arriba y así encontrar la bombilla nueva.

De nuevo, abajo, a la luz de la vela acomodé una silla para sacar el foco quemado.

El problema comenzó cuando tuve dificultades para girar el foco. Estaba muy duro, como soldado con el soquet. En el tercer intento, el vidrio de la bombilla se rompió por la presión. Afortunadamente tenía puesto un guante que protegió mi mano de cualquier corte.

Ya sin ninguna forma de agarrar el foco, tuve que improvisar. Es así, que con la punta de un desarmador intenté hacer girar la rosca del foco desde adentro. Cuando daba señales de que los restos del foco estaban cediendo, la punta del destornillador se me resbaló y chocó con la base del cono, provocando un destello plateado que me hizo caer de silla.

Me puse de pie y luego de recuperarme del susto, me di cuenta que en el piso de arriba, al igual que en el de abajo, todo era oscuridad. Había provocado un corto circuito.

Al principio pensé que no era nada grave, nada que un electricista no pudiera solucionar. Sin embargo, estaba equivocado, porque sentí un olor de cables quemados por toda la casa, pero eso no era nada comparado con el humo que provenía del piso de arriba. Preocupado, no entendía porque las cosas se estaban poniendo tan mal.

A tientas, me dirigí al segundo piso para ver de dónde provenía el humo. Con dificultad llegué al cuarto y lo primero que vi fueron las cortinas que estaban incendiándose desde la base.

Asustado me dirigí al baño en busca de agua. Al igual que toda la casa, también estaba en tinieblas. Tratando de recoger un bañador del piso, me golpee la frente con el borde del inodoro provocándome un dolor agudo que atravesó mi cabeza hasta llegar a la nuca. Atontado, llené como pude el recipiente y regresé al cuarto, pero justo antes de alcanzar la cama, como maldecido por los dioses, tropecé con la alfombra: el bañador saltó de mis manos salpicando todo menos el fuego, mi quijada chocó con el filo del catre, y tanta fue la desgracia, que no sólo mi mandíbula se dislocó, sino que además me mordí la lengua casi hasta el punto de partirla en dos. Grité una sola vez y con mucha fuerza, pero aunque quería seguir gritando no solo de dolor sino también de rabia, no podía hacerlo, porque mi mandíbula no se movía, simplemente colgaba y mi lengua no paraba de sangrar. Gemía.

Mientras tanto el fuego consumía todo lo que encontraba, me arrastré hasta el baño y cubrí mi lengua con papel higiénico intentando detener la hemorragia. Busqué otro recipiente para aplacar el incendio, pero el humo ya ahogaba toda la casa. Creo que cuando intentaba volver al cuarto con más agua me desmayé.

Gracias al llamado de algún vecino, los bomberos pudieron rescatarme con vida. El resultado de todo fue que yo terminé con varias quemaduras de diversos tipos, tengo problemas de pronunciación y mi mandíbula no pudo volver por completo a su antiguo lugar. De mi casa no quedó prácticamente nada de valor, y además no estaba asegurada.

Desde entonces, mi vida cambió. Estoy reconstruyendo mi casa, bueno, en realidad no yo, porque ya no muevo un dedo por iniciativa propia. Me volví un adicto-dependiente de las otras personas, pero más de sus oficios: médicos, ingenieros, aseguradores, carpinteros y sobretodo electricistas.

SUCRE´S NIGHT

19:57 1 Comments


Es cierto que la vida nocturna de nuestra ciudad no genera un movimiento a gran escala, sin embargo, se puede apreciar que en los últimos años se han estado abriendo nuevos espacios dedicados al goce nocturno.

A grandes luces, la bohemia de Sucre parece reducirse a los cafés, discotecas y pubs que se encuentran en el centro de la ciudad. Pero si colocamos el movimiento nocturno bajo la lupa, nos percataremos de que en realidad hay un pequeño universo formado por varios círculos donde las noches capitalinas transcurren.

Hay que reconocer la existencia de dos escenarios opuestos donde la bohemia se reúne: uno, el oficial, constituido por todos los boliches que se encuentran principalmente en el centro; y otro, el under (por así llamarlo), que es el conglomerado de espacios que no forman parte de los circuitos de diversión establecidos. Son dos segmentos que se diferencian claramente por el tipo de mercado al que están dirigidos.

La vida nocturna oficial, está conformada por el colectivo de boliches que pagan impuestos, tienen licencia de funcionamiento, etc. es decir con todo en orden, o casi en orden.

La cara oficial de la movida nocturna de Sucre, está dada por la actividad que se desarrolla en la calle Nicolás Ortiz. En una sola cuadra encontramos más de cinco de cafés y pubs, que en cierta forma manejan el monopolio de la recreación nocturna en la ciudad. Tener un boliche en la Nicolás Ortiz, significa acceder a un segmento que se reconoce entre sí por estar dentro de un circulo social distintivo.

A medida que nos alejamos de la plaza, los boliches son más dispersos, las tarifas bajan, y por ende la gente que acude a estos lugares, difiere de las que concurren a la calle de los cafés. Estos otros boliches son variados, la mayoría pequeños y tratan de tener alguna característica que los diferencie.

Pero lo oficial es conocido, inclusive aburrido y por ello no vale la pena profundizar en el tema. En realidad, lo interesante está en la vida noctámbula que se genera en los diferentes rincones de nuestra urbe, que para la mayor parte de la gente resulta desconocida.

Entre lo oficial y lo under se puede situar a la calle. La calle como un espacio transitorio de bohemia. Transitorio por estar a disposición del publico sólo en determinados horarios. Abierto desde tardes horas del anochecer hasta que los primeros rayos del sol brillen en el horizonte.

La calle es un escenario generalmente aprovechado por la juventud estudiantil de Sucre, que, al no contar con las posibilidades económicas de costearse una farra en un local, o después de no haber llegado a satisfacer completamente sus deseos etílicos, considera a la calle como la mejor alternativa para beber un poco más. Asumiendo por consiguiente diferentes riesgos, como la posibilidad de ser cargado por una patrulla de policías, pelear con otros bebedores callejeros o simplemente embriagarse hasta quedar dormido en una puerta cualquiera, y despertar en el mañana casi desnudo.

Lo under se da en lugares medio camuflados tanto en el centro, como en los barrios periféricos de la ciudad. Se constituye en una realidad que la gente prefiere obviar, pasar de lado, disimular y hacerse a la desentendida. Sin embargo, no se puede negar que el alcohol forma parte de la dinámica social, sobre todo en los países latinoamericanos; y en Bolivia con mayor razón, cuando cualquier motivo es bueno para destapar una botella.

“La curva” es el nombre de un bar que se encuentra justamente en una curva. Este boliche como otros que se ubican en el barrio de Surapata, componen un escenario que nos muestra una cara diferente de la vida nocturna de la ciudad.

Pero hay más, bares como “El Veneno”, “El Averno” y “El Siete Machos”, entre otros, que con sus sugestivos nombres, nos dan un referente acerca de lo que nos pueden ofrecer, también forman parte importante de la otra bohemia. Muchos de estos bares recién inician sus actividades a las cuatro de la madrugada, otros, como “La Curva” están abiertos las 24 horas del día.

Escritores como Jaime Saenz y sobre todo Víctor Hugo Viscarra desnudaron a la ciudad de La Paz de noche, para mostrarnos la otra La Paz en su más cruda realidad.

Al parecer, no sólo los paceños tienen su bohemia under. Aquí, en la culta Charcas, también existen lugares en los que lo único que importa es chupar.

Para nosotros, la gente común, hacer una incursión en estos territorios puede resultar ser una especie de viaje turístico a lo violento y lo truculento. Mejor no llevar ningún equipaje. Lo único necesario será contar con una garganta de lata y un hígado de acero.

Beber en lugares así implica dejar a un lado la moral y todos los preceptos religiosos. Será mejor olvidar algunas cosas como el estatus o incluso la identidad. Es bueno cambiar el nombre propio por algún apodo o chapa que vaya con el ambiente, algo así como: “El Plaga”, “El Rufián”; tal vez “El Silencio”, de esta forma, uno se podrá desenvolver con mayor comodidad entre la variedad de personajes que habitan estos paraísos infernales.

Todos los bebedores conforman un solo conglomerado, donde lo que verdaderamente importa es beber hasta perder la conciencia y algunos incluso beberán hasta morir.

Podemos decir que ambos escenarios, el under y el oficial son mundos paralelos. Ambos se repelen, y se niegan. Son fruto de hechos sociales; son los lugares donde las personas buscan encontrarse con sus semejantes, para bien o para mal.

Este ha sido un pincelazo de los segmentos más importantes que conforman una noche típica en nuestra urbe. Es indudable que hay un mundo oscuro y complejo para seguir explorando. Está parcialmente escondido, mimetizado entre lo oficial y sus prácticas de moralidad y buenas costumbres.

Hay un lugar donde las personas que deciden entregar sus almas al Dios Baco, pueden ofrendarse noche tras noche. A ellos les pertenece el reino de la otra bohemia.


Así, en las noches de Sucre, noches de amor, brilla la luna con esplendor... y debajo?

HARDCORE NOBEL

15:11 1 Comments


Como otros tantos Premios Nobel de literatura, (sobre todo los últimos) Elfriede Jelinek (Nobel 2004), se suma a la lista de escritores desconocidos y extraños para la mayoría. Sobre todo considerando el hecho de que la promoción y distribución de libros en nuestro medio no tiene mas alternativa que aprovechar alguna que otra feria itinerante, que no siempre llega a cubrir las expectativas de los lectores. En fin...

Volviendo a Jelinek, confieso que yo también formaba parte de la otra lista, la de los lectores que desconocen a esta escritora austriaca. Debo decir que me decidí a comprar este libro, no por el rótulo de Premio Nobel, sino mas bien por el sugerente titulo: “Deseo”.

Tal vez esperaba una lectura con tintes eróticos, nada muy provocador. Pensé esto basado en el prejuicio de que siendo una novela galardonada por la Academia, seguramente no se trataría de algo muy radical. Qué equivocado estaba.

Gerti es una mujer casada con el director de una fábrica de papel. El matrimonio tiene un pequeño hijo. Son la familia más acomodada de un pequeño pueblo ubicado en Europa central. Hasta aquí todo parece normal, sin embargo, a medida que se van leyendo las páginas, uno se percata del conflicto que se desarrolla en este hogar. El hombre es el prototipo de jefe de familia; sólo él puede trabajar, lo que le confiere un poder absoluto sobre las decisiones de la casa. Es un burgués que vive muy bien, pero está lleno de frustraciones y temores. Son estos sentimientos los que guían sus instintos y despiertan el animal que habita en él. Es un animal que tiene por víctima a su esposa y es el cuerpo de su mujer donde puede despabilarse a su antojo.

El niño está presente en casi todos los cuadros obscenos, el pequeño no entiende bien lo que ocurre, pero sabe que las imágenes que pasan una tras otra ante sus ojos, nos son normales. El pequeño no puede hacer nada, sus padres condicionaron su silencio y complacencia con regalos y otras gratificaciones.

A la larga, Gerti intentará escapar de este infierno de ultraje y dominación. Un joven amante parece ser la oportunidad para cambiar de vida. No obstante, todo resulta ser un espejismo. La cruda verdad la abofetea una y otra vez, ya que el drama que tiene lugar en las cuatro paredes de su hogar, no es más que una pequeña réplica de lo que se repite en otras relaciones afuera.

La novela considera el aspecto socioeconómico como un factor que influye en la caracterización de los personajes. En el caso del director, su buena situación económica, le brinda las condiciones adecuadas para poder satisfacer todos sus deseos. Él es un dictador, controlando el mundo que lo rodea. Mira a sus empleados como a gente inferior, gente que debe trabajar mucho y dormir poco: “Un día de diversión se lo toman los pobres y los ricos, pero por desgracia los pobres no se lo dan a los ricos”. De todas maneras, con algunas diferencias, el placer también está al alcance de los de abajo: “incluso a los más pobres se les concede el placer de las hembras pobres”.

“Deseo” lleva al límite la narrativa que aborda los temas sexuales. Es como una reconstrucción del hardcore típico de las películas XXX, adaptada al ámbito literario. Pero no se me malinterprete, no se trata de una simple descripción gráfica saturada de morbo y sexo duro sin sentido. Cada escena que se desarrolla en “Deseo” es fuerte no hay duda, pero es fruto de un contexto muy complejo que marca cada acción.

Jelinek apuesta por la ficción de la novela para desenmascarar los conflictos sexuales de una sociedad posmoderna. Una sociedad en la que el acto sexual no puede reducirse simplemente al coito, ya no basta. Hay un vacío que debe llenarse con perversiones y oscuros deseos.

“Deseo”, además implica un desafío para el lector, ya que no se trata de una escritura con un hilo conductor lineal. Es, en conjunto, una especie de álbum donde algunas fotos están bien enfocadas y otras no. Cada imagen revela diferentes aspectos de una trama sexualmente violenta. Fotografías que pueden pasar por radiografías. Todas ellas con una nota al pie, que mordazmente cuestiona nuestros paradigmas de moralidad, la aparente liberación sexual y los mecanismos de poder, basados en un machismo recalcitrante. “Todo debe ser eterno, y además poder ser repetido con frecuencia, dicen los hombres, y tiran de las riendas que un día su mamá sujeto con cariño”.

Sin duda la historia y el entorno han delineado el imaginario de mujeres y hombres: “Las mujeres, alimentadas con esperanzas, viven del recuerdo, los hombres, en cambio, del instante que les pertenece”.

Elfriede Jelinek reflexiona sobre el papel de la mujer en la sociedad, basándose en su desempeño sexual, la forma en que puede ayudar a hacer más habitable el mundo de los hombres y, además, el estigma de tener que parir con el objeto de preservar la especie... “El indómito sexo de la mujer parece como carente de un plan preciso, ¿y para qué se emplea? Para que el hombre pueda dedicarse a la naturaleza. Pero también para los hijos y nietecitos que de algún sitio quieren venir (...)”

“Deseo” no se constituye en un libro panfletario, que induce a las mujeres a tomar cartas en el asunto y promover una nueva revolución feminista. En todo caso, la letra de Jelinek, alza los velos que encubren la hipocresía tanto de hombres como de mujeres. Con palabras simples destapa la cacerola para que, pasados los vapores, nos percatemos de que la comida está completamente quemada. Entonces, implícitamente propone dos opciones: podemos comerla y aguantarnos el mal sabor o tirarla a la basura y cocinar todo de nuevo.

Todo parece indicar que los tabúes en materia de literatura se van quedando atrás y que, además, hay espacios oficiales que se están abriendo, poniendo atención a expresiones que de a poco están sacando a la luz nuestros percudidos trapitos. Cambiar y corregir es la tarea que nos espera, mientras tanto, algunos escritores como Elfriede Jelinek relatarán que:

(...) Este hombre se ha vaciado dentro de la mujer, (...). Encorvado en posición reglamentaria de salto, el director sale de la mujer, dejando sus derechos. Porque pronto la trampa de las labores domésticas volverá a atraparla, y la devolverá allá de donde vino. Falta mucho para que se ponga el sol. El hombre se ha vertido jovialmente, y mientras el fango sale de su boca y de sus genitales, va a limpiarse los restos del pastel gozado.

JUEGO DE NOSTALGIA DE JUEGO

10:16 1 Comments


En algún momento de nuestro diario vivir nos detenemos. Por un instante dejamos de lado nuestras preocupaciones y la rutina que copa los minutos de nuestras cada vez más atareadas y preocupadas existencias. ¿Que pasó? ¿Por qué? Probablemente estemos sufriendo un imprevisto ataque de nostalgia.

Ayer caminaba por el barrio en el que pasé mi niñez: las calles eran las mismas, sólo que ahora con más tráfico. Las casas sufrieron cambios y adaptaciones, la mía no fue la excepción. Todo esto no me sorprendió para nada, sino el vacío en la calzada, en la acera, en todo en barrio. Sí, había autos y peatones, pero ningún niño, lo que significaba que el vacío estaba presente.

Creo que inconcientemente esperaba encontrar a muchos pequeñuelos jugando y riendo, tal y como yo lo hacia en las tardes de ocio. Entonces me pregunté donde estaban, si esa ya no era hora de clases. Si por efectos de crecimiento poblacional, se supone que hay cada vez más niños que los que había cuando yo era un infante.

Mientras me iba alejando de mi antiguo barrio, seguí conjeturando los motivos de esta extraña ausencia. Me di cuenta que ahora es raro ver jugar a los niños en lugares públicos, el fenómeno no sólo se da en mi viejo barrio, sino en la ciudad en su conjunto.

Lejos ya, en mi casa (la nueva), recordé que nosotros, los niños de mi época, jugábamos en la calle, en las plazas o parques porque era más divertido que estar en nuestros hogares. Pero la base de este hecho, radicaba en los juegos mismos. Y es que antes uno no necesitaba más que la imaginación, juguetes sencillos, o algunos materiales de desecho, pero eso si, lo más importante, un grupo de amigos para pasarla bien. Esos días lamentablemente ya son historia.

¿Quién recuerda la pelota quemada?; ese juego tan movido en el que uno debía esquivar una pelota de trapo, que en la cabeza de un niño parecía estar envuelta en fuego ardiente. O el “Ángel mío”, que nos regalaba las primeras nociones de la dualidad del mundo; Ángeles y Demonios librando una lucha encarnizada por el alma de los mortales. Una pelea sin sangre, ni llanto, todo lo contrario: una agonía de risas y carcajadas.

Valerse del viento en agosto y buscar una colina elevada para pasar tardes integras con nuestros voladores como único horizonte, ansiando tener alas y volar como ellos.

Los jalones de orejas de nuestras madres o abuelas por haber robado sus frijoles coloridos para jugar a los “chuis” con los compinches.

Las carreras de cochecitos sin motor, un reto a la imaginación de los ingenieros del mañana y los grandes corredores de autos verdaderos en el futuro.

El trompo, ese juguete básico y naturalmente sublime.

Jugar a las escondidas, saber aprovechar los rincones o espacios de cualquier lugar, y sentir ese nerviosismo en el estomago, esas ganas de orinar mientras esperas oculto, conteniendo la respiración.

Las pepas, que se encontraban en la arena para golpearse con violencia intentando demostrar la supremacía de su dueño; el atesorarlas. Un niño con gran cantidad de estas vidriosas esferas, era considerado como un acaudalado con suerte.

Robarles la acera a los grandes para pintar la mágica cruz de la rayuela. Decidir nuestro destino con la ayuda de una cáscara de naranja. Llegar al cielo o quedarnos en el infierno.

El juego de resistencia física más divertido: “el choro morro”, que ayudaba a curtir las espaldas de los que se ponían de base para los intrépidos saltamontes que cada vez llegaban más y más lejos.

“La tula” juego irracionalmente básico, que sin embargo podía mantenernos divertidos por mucho rato.

En fin, tantos otros que por el pasar de los años se me fueron quedando en los rincones empolvados de la memoria. ¿Y que fue de toda esta gama de juegos geniales?. Se fueron desvaneciendo, no por los años, para nada. La televisión jugó un papel importante, que si bien, en mi niñez ya existía, todavía era pequeña, y no el monstruo come-neuronas que es nuestros tiempos.

Claro que esta caja con pantalla de vidrio, no habría llegado hasta donde se encuentra hoy, si no hubiera sido por nosotros mismos y nuestra desidia. Esa flojera y egoísmo de padres preocupados en cosas más importes que la educación de los hijos. Es muy fácil delegar a terceros la enseñanza que deberíamos darles a los niños todos días. Y es que el dinosaurio gringo “Barney” está para eso no?. Obvio, él nunca duerme y tiene toda la paciencia y decisión de amarrar las mentes de los infantes tercermundistas a la pantalla del televisor, por un tiempo indefinido.

Otro aspecto que ayudó a barrer con la cultura del juego infantil colectivo, es el individualismo cada más arraigado en nosotros. Ese que hace que cada uno se encierre en una burbuja y evite el roce con las demás burbujas de su especie. La pérdida gradual de la oralidad al interior de nuestras sociedades es fruto de este aislamiento.

El hecho de hablar con la familia, contar experiencias y anécdotas, perdió toda importancia. Ya no nos interesa saber más acerca de nuestros abuelos, simplemente entender que vivieron, tuvieron hijos, por su culpa estamos aquí, y ahora ellos están más cercanos a la muerte que antes.

Los juguetes cada vez más sofisticados, están destinados a germinar la semilla del consumismo compulsivo en los niños de hoy. Ahora un juguete no puede llamarse tal, si es que no vuela, habla, se trasforma, emite sonidos fantásticos o dispara rayos láser. ¿Qué posibilidad tiene un pedazo de madera cónico con punta metálica, un trompo, al lado de una espada de luz jedi, igual a la de Obi Wan Kenobi?, tal vez ninguna, tal vez toda. Todo dependerá de nosotros, los adultos, de abrir un paréntesis en nuestras absorbentes actividades para volver por un momento a ser niños, -niños-maestros-, que enseñen la magia de los juegos que nunca deberían haber dejado de ser divertidos, actuales y educativos.

Cuando empecé a escribir estas líneas, nostalgia era lo que sentía. Ahora que termino ya no es sólo eso, sino también tristeza.